Rafael Alarcón Herrera

Rodeado de dólmenes, fuentes y árboles sagrados, se alzaba el Monasterio de San Salvador de Preçín –hoy san Pedro de Plecín–, en Alles (Asturias). Desaparecido el pueblo que lo rodeaba, su templo románico es hora un esqueleto que se disuelve bajo la lluvia y la niebla. Sobre un edificio anterior, el taller del Magister Covaterio, o el de Juan de Piasca, lo levantaron en 1170 (ampliado en 1230). Aquellos capiteles con músicos y bailarinas, centauros guerreros, dragones, motivos vegetales, rombos y ajedrezados, aquella ventana lobulada con grifos y leones que cobija la imagen del fabuloso Conde Vela, aquellas basas con zig-zag y dragones, todo malamente erosionado, comido por la vegetación, es cuanto queda del que fue precioso templo. El resto de sus piedras ha desaparecido: canecillos, capiteles, mochetas, columnas, el sarcófago del noble Mier, todo ha sido aventado por los saqueadores. Abandonado en 1787, por traslado del pueblo a lugar más cómodo, lo convierten en cementerio.
En el siglo XIX todo es franca ruina, y el edificio se convierte en cantera de libre disposición. Por si fuera poco, la leyenda sobre un subterráneo y el correspondiente tesoro, hizo que durante siglos las gentes excavasen allí, a tontas y a locas, deteriorando el yacimiento sin encontrar el oro que la tradición prometía. Al amor de la tsariega, durante el filandón, la esfoyaza, el magosto, o incluso el veloriu, las viejas cuentan leyendas de frailes glotones y lascivos, de brujas y pactos con el diablo, de libros de magia y penitencias. Viejos fantasmas rondan las viejas piedras.